Según la OMS aproximadamente el 80% de la población mundial utiliza las plantas medicinales para tratar dolencias menores.
El farmacéutico como parte de su formación académica, posee una serie de conocimientos en este área, valiosos para el paciente que decide recurrir a la terapia natural como alternativa. El consejo farmacéutico en este campo es de gran ayuda, ya que las plantas medicinales no están exentas de riesgos.

Asimismo, es tan importante el criterio sanitario a la hora de saber si la Fitoterapia puede ser una opción terapéutica viable en un determinado momento, como contar con los productos adecuados. No todas las plantas que se comercializan poseen un uso avalado científicamente.
La calidad de los mismos viene determinada por la estandarización de los principios activos y la titulación de los extractos, es decir, lo que importa no es solamente la planta propiamente dicha, sino los principios activos y la cantidad con eficacia terapéutica. Ésta deberá especificarse en el envase, y será la adecuada para conseguir la citada eficacia.
La seguridad también es clave. Hay varios aspectos a considerar: el primero es
la valoración de las posibles interacciones si el paciente toma otros medicamentos, y en segundo lugar, las plantas han de estar botánicamente identificadas y correctamente dosificadas. Estos son los aspectos fundamentales de un producto de fitoterapia eficaz y seguro.
Pongamos un ejemplo: la Valeriana.

En ocasiones nos demandan la parte aérea de la planta para hacer infusiones (hojas de valeriana), esto es erróneo ya que los principios activos residen en la raíz desecada. Es de olor muy desagradable, por lo que se toma en cápsulas, comprimidos o grageas.
El correcto proceso de obtención y recolección es muy concreto: se recoge en invierno y se deseca a una temperatura inferior a 40 grados para conservar los activos (los valepotriatos e isovalepotriatos), unos de los principales responsables de su actividad terapéutica.